Recuerdo ahora, estacionado ante el fórum, más de veinte años después, aquellos despertares de verano entre los gritos y crujidos de los chatarreros, que bajaban juntos desde el antiguo campo de la bota, todos los domingos en su peregrinar hasta llegar a Gracia. Eran esas mañanas en que el balcón de la habitación de mi abuela, quién sabe si por las humedades o por las termitas, todavía no se quería cerrar. - ¡Chatarra! ¡El chatarrero Barcelona! ¡Chatarra, chatarra!- Gritaban todos.
Era excitante para mí observar aquellos niños asilvestrados, no mucho más mayores que yo, gritando con carros de la compra repletos de hierros y quincalla, azuzando siempre a sus perros con un bastón. Les acompañaban apetecibles pero desaseadas gitanas, que lanzaban descaradas miradas furtivas, sugerentes, irrespetuosas y lejanas, cómo de chica mayor. Era fácil dejarse llevar por su embrujo. Imaginar con ellas escenas tiernas y exóticas, saliendo de aventuras entre cabras por el monte, paseando bajo un puente en Montjuich o alrededor de una hoguera, probablemente muy cerca del vagón de un tren abandonado. Durante años, no quise a Loise Lane ni a Irene Adler a mi lado. Solo quería una chica de mirada profunda, salvaje y afectada que cargara mi carrito de la compra con todas sus promesas mientras yo, garrote en mano, dirigiría sabiamente toda una manada de fieles sabuesos labradores.
El mundo temblaría a nuestros pies, el monopolio de la Venta de chatarra Barcelona sería todo nuestro y con ella, construiríamos un castillo renacentista, en pleno centro del campo de la Bota, al que llamaría sin lugar a dudas, Chatarreria Barcelona. No duró mucho mi sueño de compra de chatarra Barcelona, tanto como tardé yo en crecer o en entender cosas que jamás debería haber aprendido. No prosperaron tampoco mis romances con el extrarradio…
y la única manda de perros que he tenido a día de hoy, es un bonito yorkshire de dos kilos y medio. Ahora, siempre que circulo con mi Vespa por el noreste de la ciudad y me detengo un ratito para contemplar el fórum de las culturas, construido imponentemente encima del demolido campo de la bota, pienso inevitablemente en el sueño renacentista de mi chatarreria Barcelona y en todas esas chicas salvajes y sin pulir, cargadas de promesas y hierro, que aunque ya no vivan aquí, para mí seguirán siempre escondidas debajo de todo este gran montón de chatarra moderna.
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